On a wooden desk, scrolls of the Bible lay open, written in the original languages: Hebrew, Aramaic, and Greek.

¿Cuáles eran las lenguas originales de la Santa Biblia?

Las lenguas originales de la Santa Biblia son fundamentales para su interpretación y traducción. ¿Cómo contribuyen de forma única las lenguas hebrea, aramea y griega a los matices de los textos bíblicos?

Como colección de 66 libros escritos por numerosos autores a lo largo de diversos periodos de la historia, no es sorprendente que la Biblia no se escribiera en una sola lengua. Al contrario, se compuso en varias lenguas, cada una de las cuales se hacía eco de los contextos culturales, históricos y sociales de su época. Al comprender estas lenguas y su significado, estamos mejor equipados para discernir la intención original, los matices y la profundidad del texto bíblico. Con este propósito en mente, embarquémonos en un viaje para explorar las lenguas originales de la Santa Biblia.

Hebreo: La lengua del Antiguo Testamento

El hebreo, una antigua lengua semítica, fue la principal lengua utilizada en la creación del Antiguo Testamento, también conocido como Biblia hebrea. Tiene profundas raíces en la historia de los israelitas, los personajes clave del Antiguo Testamento, lo que la convierte en un marcador significativo de su identidad y herencia.

En el libro del Génesis encontramos el nacimiento de las naciones, la historia de los patriarcas y la historia de los antepasados de Israel (Génesis 1-50). Estos relatos, escritos en hebreo, pintan un cuadro de un pueblo en alianza con Dios, sus pruebas, triunfos y tribulaciones. 

Los libros históricos del Antiguo Testamento, desde Josué hasta Ester, relatan el viaje de los israelitas a la Tierra Prometida, sus periodos bajo diversos jueces y reyes, y sus experiencias durante el cautiverio y el retorno (Josué 1 – Ester 10). Escritos en hebreo, estos textos proporcionan un registro de la fidelidad de Dios a Su pueblo elegido.

El hebreo también desempeñó un papel crucial en la escritura de la literatura sapiencial. El libro de los Salmos, una colección de cantos espirituales, el libro de los Proverbios, con su sabiduría práctica, y el tratado filosófico del Eclesiastés fueron escritos en hebreo (Salmos 1-150; Proverbios 1-31; Eclesiastés 1-12). Estos escritos ofrecían instrucción, consuelo y un medio de expresar tanto la alegría como la tristeza al antiguo pueblo hebreo, como lo hacen hoy con nosotros.

Los profetas del Antiguo Testamento -Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores- proclamaron sus mensajes en hebreo (Isaías 1 – Malaquías 4). Sus profecías, lamentos y amonestaciones nos proporcionan una comprensión más profunda de la justicia de Dios y de Su plan de redención.

La lengua hebrea fue la lengua fundacional del Antiguo Testamento, utilizada para narrar la historia, las leyes, la literatura sapiencial y los mensajes proféticos de la nación israelita. Como marcador significativo de su identidad, el hebreo sirve como testamento de la alianza duradera de Dios con Su pueblo elegido. Con sus complejos matices y profundidad, el hebreo capta todo el espectro de la experiencia humana, desde las alegrías y triunfos hasta las penas y tribulaciones, ofreciéndonos una comprensión más rica de la interacción de Dios con la humanidad. En esta lengua antigua, vemos la fidelidad duradera de Dios, Su sabiduría y Su plan de redención.

Arameo: la lengua franca del Próximo Oriente

El arameo, otra lengua semítica estrechamente relacionada con el hebreo, también hace su aparición en el Antiguo Testamento. Con la expansión de los imperios asirio, babilónico y persa, el arameo se convirtió en la lengua franca del Próximo Oriente, impregnando diversos aspectos de la vida cotidiana y los asuntos internacionales. En consecuencia, partes del texto bíblico se compusieron en esta lengua.

El libro de Daniel contiene secciones notables escritas en arameo. Desde el relato del sueño de Nabucodonosor (Daniel 2:4) hasta el final del relato de la fiesta de Belsasar (Daniel 7:28), la lengua utilizada fue el arameo. Estas narraciones, que relatan sueños, visiones y profecías, permiten comprender cómo actuaba Dios en la vida de Su pueblo, incluso durante su exilio en Babilonia.

Esdras, escriba y sacerdote, también escribió algunas partes de su libro en arameo (Esdras 4:8-6:18; 7:12-26). Estas partes documentan principalmente las correspondencias entre reyes y funcionarios persas en relación con la reconstrucción del templo de Jerusalén. Dichos pasajes nos proporcionan una visión de las circunstancias sociopolíticas que influyeron en los esfuerzos de reconstrucción.

El arameo no sólo se limitaba al Antiguo Testamento. Algunas palabras y frases del Nuevo Testamento son arameas, lo que refleja su uso continuado en la época de Jesús. Por ejemplo, el conmovedor grito de Jesús en la cruz: “Elí, Elí, ¿lema sabactani?”, que se traduce como “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. (Mateo 27:46), está en arameo. Estas frases sirven para recordar el contexto cultural y lingüístico del ministerio terrenal de Jesús.

El arameo, como lengua franca del Próximo Oriente durante los periodos de dominio asirio, babilónico y persa, influyó en partes del Antiguo Testamento y dejó huellas en el Nuevo Testamento. Su presencia en el libro de Daniel y Esdras subraya la importancia de comprender el clima sociopolítico de la época y su impacto en el pueblo de Dios. En particular, el uso del arameo en el Nuevo Testamento sirve de vínculo directo con el contexto lingüístico de la época de Jesús, anclando aún más nuestra fe en la realidad histórica de Su vida y ministerio.

Griego: la lengua universal del Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento se escribió en griego, concretamente, en el griego común o “koiné”. Durante el periodo helenístico, tras las conquistas de Alejandro Magno, el griego se convirtió en la lengua universal, extendiéndose por el Mediterráneo oriental y Oriente Próximo. De ahí que se convirtiera en la lengua elegida para los escritos del Nuevo Testamento, haciendo que el Evangelio fuera accesible a un público más amplio.

Los cuatro Evangelios -Mateo, Marcos, Lucas y Juan-, que detallan la vida, enseñanzas, muerte y resurrección de Jesucristo, fueron escritos en griego (Mateo 1-28; Marcos 1-16; Lucas 1-24; Juan 1-21). A pesar de las diferentes perspectivas y audiencias, estos Evangelios comparten un mensaje unificado de la obra salvífica de Cristo.

Los Hechos de los Apóstoles, una narración histórica escrita por Lucas, relata el crecimiento y la expansión de la Iglesia cristiana primitiva tras la ascensión de Cristo (Hechos 1-28). Este relato, escrito en griego, detalla cómo el Evangelio trascendió las fronteras culturales y geográficas.

Las cartas o epístolas de Pablo, Pedro, Santiago, Juan y Judas, dirigidas a diversas iglesias e individuos, también se escribieron en griego (Romanos 1 – Judas 1). Estas cartas, llenas de enseñanzas doctrinales, consejos pastorales y ánimos, ayudaron a dar forma a las primeras comunidades cristianas y siguen guiando nuestra fe y nuestra práctica en la actualidad.

El último libro del Nuevo Testamento, el Apocalipsis, ofrece una visión profética del final de los tiempos (Apocalipsis 1-22). Escrito en griego apocalíptico, este libro ofrece esperanza y seguridad de la victoria final de Dios.

El griego, lengua universal durante el periodo helenístico, fue la lengua del Nuevo Testamento. Su uso en los Evangelios, los Hechos, las Epístolas y el Apocalipsis garantizó que el mensaje de Cristo pudiera llegar a un público diverso, más allá de las divisiones culturales y geográficas. A través de la lengua griega se comunicaron eficazmente la vida y las enseñanzas de Jesús, el crecimiento de la Iglesia primitiva, los consejos pastorales de los apóstoles y la visión profética del final de los tiempos. Esta elección lingüística refleja la universalidad del mensaje de Cristo y el carácter inclusivo de la fe cristiana.

Desenterrar los fundamentos de nuestra fe

Las lenguas de la Biblia -hebreo, arameo y griego- nos dicen algo más que un hecho histórico. Se hacen eco de los diversos contextos culturales y periodos históricos en los que se escribieron los textos sagrados. Cada lengua, a su manera, mejora nuestra comprensión de la Palabra de Dios, proporcionando una perspectiva profunda y polifacética de nuestra fe. 

Las lenguas originales de la Biblia encierran ricos matices y profundidad, que nos ayudan a captar más a fondo la esencia del mensaje divino de Dios. Las palabras escritas en estas lenguas antiguas conforman nuestra comprensión de Dios, de Su alianza con Su pueblo, de la vida y enseñanzas de Jesucristo, y del crecimiento y desarrollo de la primitiva iglesia cristiana.

Reflexiona sobre estas cuestiones:

  • ¿Cómo puede el conocimiento de las lenguas originales de la Biblia profundizar tu comprensión y aprecio de las Escrituras?
  • ¿Cómo pueden influir en tu interpretación de los textos bíblicos los contextos culturales e históricos del hebreo, el arameo y el griego?
  • ¿Cómo resuena la universalidad del griego en el Nuevo Testamento con el amplio alcance del mensaje evangélico?

Cada palabra de la Biblia es un testimonio del amor perdurable y la fidelidad de Dios. Mientras seguimos estudiando y meditando la Palabra de Dios, que nos inspire la riqueza de sus lenguas originales. Dejemos que los ecos de estas lenguas antiguas nos guíen hacia una relación más profunda e íntima con nuestro Creador.

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