Christian deep in thought sits on a hill, looking up at the stars, contemplating the profound question of God’s origin under a starry night sky.

Si Dios creó el Universo, ¿quién creó a Dios?

Explorar quién creó a Dios nos lleva al ámbito de lo infinito y lo eterno. ¿Cómo afecta esta cuestión a nuestra comprensión del tiempo y la eternidad desde un punto de vista bíblico?

A lo largo de los siglos, la humanidad ha lidiado con preguntas sobre la naturaleza y el origen de Dios. Entre ellas, la pregunta “Si Dios creó el Universo, ¿quién creó a Dios?” destaca como punto de reflexión tanto para creyentes como para escépticos. Desde una perspectiva bíblica, estas preguntas abren las puertas a conversaciones más profundas sobre la naturaleza de Dios, el concepto de eternidad y los principios fundamentales de la fe cristiana. Nos invitan a contemplar la naturaleza de un ser que trasciende nuestra comprensión humana del tiempo, la causalidad y la existencia. Este artículo es un intento de explorar esta profunda cuestión y ampliar una comprensión con base bíblica que resuene con nuestra fe e indagación espiritual.

Dios y el concepto de eternidad

La teología cristiana considera a Dios eterno, lo que significa que existe fuera del tiempo, sin principio ni fin. Esta comprensión de Dios desafía nuestra percepción humana, que está limitada por el tiempo, una progresión lineal del pasado al futuro. La eternidad de Dios es un concepto expresado a lo largo de las enseñanzas bíblicas, que nos ofrece una visión de Dios como una entidad eterna e intemporal (Salmo 90:2).

Explorar la noción de eternidad de Dios nos ayuda a comprender la cuestión de la creación u origen de Dios. Si Dios es eterno, la pregunta “¿Quién creó a Dios?” se convierte en una pregunta sin forma, una pregunta que surge de nuestras limitaciones humanas y de nuestra comprensión inherente del tiempo y la causalidad. 

Considera nuestra existencia dentro de las limitaciones del tiempo. Experimentamos la vida como una serie de acontecimientos: nacimiento, crecimiento y, finalmente, muerte. Todo lo que nos rodea parece tener un principio y un final. Cuando aplicamos esta comprensión lineal del tiempo a Dios, instintivamente nos preguntamos: “Si todo tiene un principio, ¿no necesita Dios uno también?”.

El concepto cristiano de Dios, sin embargo, es distinto de este marco temporal. Dios no encaja en nuestras restricciones temporales definidas por los humanos, pues no está sujeto al tiempo; está más allá del tiempo. La existencia de Dios no está limitada por un punto de partida o un punto final. Simplemente es. Esta naturaleza eterna de Dios se transmite en el libro del Apocalipsis, donde se describe a Dios como “el que es, el que era y el que ha de venir” (Apocalipsis 1:8).

Sin embargo, nos resulta difícil comprender a un ser que siempre ha existido y siempre existirá. Es un concepto que nos resulta intrínsecamente extraño porque difiere drásticamente de nuestra experiencia humana. En nuestro intento de comprender a Dios, debemos recordar que nuestra comprensión es inherentemente limitada y está ligada a nuestra condición humana.

La naturaleza eterna de Dios proporciona una respuesta bíblicamente fundamentada a la pregunta “¿Quién creó a Dios?”. Dios se entiende como un ser eterno, que existe más allá de los confines del tiempo y el espacio, sin límites de principios y fines. Esta eternidad divina, aunque desafiante para nuestra comprensión humana, ofrece una perspectiva que trasciende la progresión lineal del tiempo. Nos permite comprender a un Dios que simplemente es, sin necesidad de creación ni causalidad. A pesar de los profundos desafíos que esto supone para nuestra comprensión, sigue siendo un aspecto fundamental de la comprensión cristiana de Dios.

Comprender a Dios como Causa Incausada

Cuando se enfrenta a la cuestión del origen de Dios, la teología cristiana presenta a Dios como la “Causa Incausada” o la “Primera Causa”. Este término no se encuentra textualmente en las Escrituras, sino que es un concepto desarrollado por los teólogos para expresar la comprensión de la existencia eterna de Dios que se desprende del texto bíblico. Se refiere fundamentalmente a la creencia de que Dios es el origen de todas las cosas, aunque Él mismo no tiene origen (Juan 1:1-3).

Una causa, tal como la entendemos en nuestra experiencia humana, es un acontecimiento o entidad que da origen a otro acontecimiento o entidad. El concepto de causa y efecto está profundamente arraigado en nuestra comprensión del mundo. Buscamos de forma natural una causa para todo lo que encontramos.

Aplicando este razonamiento a Dios, podríamos preguntarnos: “¿Qué causó a Dios?”. Pero esta pregunta parece tropezar con sus propias limitaciones. Si Dios tuviera una causa, entonces esa causa sería esencialmente Dios. Entonces, la pregunta no sería: “¿Quién creó a Dios?”, sino: “¿Qué creó aquello que creó a Dios?”. Esta línea de interrogación podría continuar indefinidamente, dando lugar a una regresión infinita que, lógicamente, no proporciona una respuesta satisfactoria.

La teología cristiana ofrece una solución a este aprieto filosófico presentando a Dios como la Causa Incausada. Este concepto sugiere que Dios es la fuente última de todas las cosas, el origen de todo, pero sin un origen en sí mismo. Dios, como Causa Incausada, es el que pone en movimiento todo lo demás, pero no es puesto en movimiento por ninguna otra cosa. Es el principio sin principio, la causa que no necesita causa (Romanos 11:36).

El concepto de Causa Incausada sirve para ilustrar la naturaleza de la existencia de Dios como autosuficiente, incausada y eterna. Esta interpretación concuerda con la afirmación de que Dios es independiente de todas las cosas, mientras que todas las cosas dependen de Él. Su existencia no depende de nada más.

La teología cristiana postula que Dios es la Causa Incausada, la fuente última de toda existencia sin un origen propio. Este concepto concuerda con la comprensión de Dios como eterno y autosuficiente, no sujeto a los confines de causa y efecto que rigen nuestra comprensión humana. La creencia de que Dios es el origen de todas las cosas, aunque Él mismo no tenga origen, proporciona una respuesta perspicaz a la pregunta: “¿Quién creó a Dios?”. Enmarca a Dios como el principio sin principio, la causa que en sí misma no requiere causa. Al lidiar con estas profundas nociones, nos sentimos atraídos a admirar la inmensa distinción entre la existencia divina de Dios y nuestra existencia humana.

La Trascendencia de Dios: Más allá del tiempo y del espacio

Un aspecto crucial de la comprensión cristiana de la naturaleza de Dios es Su trascendencia. La trascendencia, en este contexto, se refiere a la existencia de Dios más allá del universo físico y sus leyes, incluidas las del tiempo y el espacio. En cierto sentido, Dios no está confinado a las dimensiones físicas del universo tal como lo conocemos (Jeremías 23:23-24).

Esta idea de trascendencia puede parecer contraintuitiva, sobre todo dada nuestra tendencia humana a situarlo todo dentro de los límites del espacio y el tiempo. Desde la perspectiva de la física, cada objeto, cada acontecimiento, cada ser vivo, tiene una ubicación en el espacio y una posición en el tiempo. Sin embargo, Dios, en Su naturaleza divina, no está sujeto a tales limitaciones físicas.

Una forma de imaginar esto es considerar la relación entre un autor y un libro. El autor, en este caso, representa a Dios, y el libro representa el universo. El autor escribe el libro, crea los personajes y orquesta los acontecimientos dentro del libro. Sin embargo, el autor existe fuera del mundo del libro y no está limitado por los acontecimientos ni por la línea temporal de éste. Del mismo modo, Dios crea el universo e interactúa con él, pero no está confinado dentro de sus límites físicos.

Al no estar limitado por el tiempo y el espacio, Dios abarca todos los momentos, todos los lugares y todas las existencias simultáneamente. No espera el futuro ni está confinado en el pasado; simplemente existe en un eterno ahora, un concepto representado en la descripción de Dios como “YO SOY” en Éxodo 3:14.

Al contemplar el origen de Dios, la idea de la trascendencia de Dios implica que Él existe más allá de tales categorías temporales y espaciales. Dios no viene “de” alguna parte porque existe más allá del espacio. Dios no fue “creado” en un momento determinado porque existe más allá del tiempo.

La trascendencia de Dios, Su existencia más allá del tiempo y del espacio, desempeña un papel importante en la comprensión de la pregunta “¿Quién creó a Dios?” Según la teología cristiana, Dios no está limitado por las leyes y dimensiones del universo físico, del mismo modo que un autor no está confinado dentro del mundo de un libro que ha escrito. Existe más allá de las categorías de espacio y tiempo, lo que sugiere que no viene “de” alguna parte ni fue “creado” en un momento concreto. Esta trascendencia divina se erige como una característica crucial de la naturaleza de Dios, afirmando Su distinción del universo creado y reforzando Su existencia increada y eterna.

Abrazar el misterio de la eternidad divina

A medida que nos aventuramos por el paisaje de estos profundos conceptos teológicos -la eternidad de Dios, Su naturaleza como Causa Incausada y Su trascendencia-, nos encontramos con una comprensión más profunda de la naturaleza de Dios. La pregunta “¿Quién creó a Dios?” nos invita a un viaje para explorar lo Divino, un viaje que amplía los horizontes de nuestra comprensión y entendimiento humanos. 

A la luz de nuestra fe cristiana, Dios es visto como eterno, incausado y trascendente. Existe más allá del tiempo y del espacio, sin principio ni fin, es la fuente de toda existencia y, sin embargo, no tiene fuente en sí mismo. No es un concepto que encaje perfectamente en nuestra comprensión humana, pero entonces, Dios no es humano. Es Dios.

Aunque estos conceptos puedan parecer desalentadores, no nos distancian de Dios. Al contrario, sirven para recordarnos Su magnificencia y el gran misterio que rodea Su existencia divina. Nos recuerdan lo mucho más grande que es Dios en comparación con nuestra comprensión humana, lo mucho más profunda y compleja que es Su existencia en comparación con la nuestra.

Mientras reflexionas sobre este viaje, aquí tienes algunas preguntas sobre las que reflexionar:

  • ¿De qué manera el concepto de eternidad de Dios configura tu comprensión de Su naturaleza divina?
  • ¿Cómo influye en tu perspectiva sobre el origen del universo entender a Dios como Causa Incausada?
  • ¿Cómo influye el concepto de la trascendencia de Dios en tu relación con Él?

En la grandeza y el misterio de la naturaleza de Dios, no encontramos un enigma que resolver, sino una maravilla que apreciar. Como cristianos, se nos invita a abrazar estos misterios, no como obstáculos para la fe, sino como puertas hacia una reverencia y un asombro más profundos ante la grandeza de Dios. Nuestra fe se fortalece, no se debilita, al reconocer que Dios está más allá de nuestra plena comprensión. Al fin y al cabo, un Dios que pudiéramos comprender plenamente sería realmente un Dios pequeño. Sigamos maravillándonos ante los misterios de nuestra fe, recordándonos que nuestro Dios es más grande que nuestra comprensión. Y en ese misterio no encontramos miedo, sino una adoración inspirada por el asombro.

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