Ancient Jewish scholar reads a Torah in a traditional setting. Behind, a contemporary city skyline blends past with present, bridging ancient wisdom and modern life.

¿Sigue siendo el pueblo judío el pueblo elegido de Dios?

¿Ha sustituido la fe cristiana al judaísmo, o sigue ocupando el pueblo judío una posición única a los ojos de Dios? ¿Cómo se relacionan las enseñanzas del Nuevo Testamento con las promesas del Antiguo Testamento hechas a Israel?

Como cuerpo de Cristo, nos encontramos constantemente revisando y reevaluando nuestra comprensión de nuestras raíces espirituales, a menudo con preguntas relativas a nuestros homólogos judíos. En el meollo de estas preguntas, encontramos una preocupación central y duradera: ¿Sigue siendo el pueblo judío el pueblo elegido de Dios? Esta pregunta no sólo tiene importancia histórica y teológica, sino que también conlleva implicaciones sustanciales para nuestra fe y nuestra práctica como creyentes.

Perspectiva histórica: El pueblo judío como elegido de Dios

En nuestra exploración del pueblo judío como elegido de Dios, debemos comenzar con una mirada retrospectiva a las polvorientas páginas del Antiguo Testamento. Aquí, nuestro viaje comienza con un pacto iniciado entre Dios y Abraham, el patriarca de la nación judía. Dios prometió a Abraham que su descendencia se multiplicaría como las estrellas del cielo, que su nombre sería grande y que todos los pueblos de la tierra serían bendecidos a través de él (Génesis 12:1-3).

Siglos más tarde, nos encontramos con Moisés, que sacó a los israelitas del cautiverio egipcio. Aquí, Dios hizo una proclamación distinta, declarando a los israelitas como Su posesión especial, un reino de sacerdotes y una nación santa (Éxodo 19:5-6). Este estatus no les fue concedido debido a su número o virtud; de hecho, la Biblia menciona que eran los más pequeños entre las naciones. Fue puramente la gracia y el amor de Dios lo que estableció esta relación única, testimonio de Su fidelidad inquebrantable (Deuteronomio 7:7-8).

Al seguir la historia de Israel, descubrimos una nación elegida que a menudo luchaba por estar a la altura de su vocación. Hubo momentos de obediencia que condujeron a la prosperidad y la bendición, y casos de rebelión que provocaron el castigo y el exilio. Sin embargo, en los altibajos, hubo una constante: la fidelidad de Dios a Su pueblo elegido. Su historia no era una historia de perfección humana, sino un testimonio del compromiso divino.

Esta idea se hace más vívida en el libro del profeta Jeremías. A pesar de la desobediencia de Israel, Dios pronunció palabras de restauración y reafirmó Su compromiso con la casa de Israel y la casa de Judá, prometiendo establecer una nueva alianza con ellas (Jeremías 31:31). Este pacto no tenía que ver con la tierra o el linaje; significaba una transformación interior, en la que las leyes de Dios se escribirían en sus corazones. Era un anticipo de la salvación aún por revelar.

La perspectiva histórica presenta una imagen clara del pueblo judío como nación elegida por Dios, como demuestran los diversos pactos realizados. Comenzando con Abraham, continuando con Moisés y extendiéndose a lo largo del periodo de los Profetas, la relación de Dios con el pueblo judío fue única, enraizada en la gracia y el compromiso divino. Su condición de elegidos no se debía a sus méritos, sino al amor incondicional y a la fidelidad de Dios. A lo largo de los altibajos de su historia nacional, la fidelidad de Dios siguió siendo la constante inquebrantable.

Perspectivas del Nuevo Testamento: La Iglesia e Israel

La lente a través de la cual contemplamos la relación entre la Iglesia e Israel debe ser necesariamente la del Nuevo Testamento. Este corpus de Escrituras nos presenta a Jesucristo, el Mesías largamente esperado, que cumple las promesas hechas al pueblo judío.

En los albores del Nuevo Testamento, nos encontramos con Jesús, nacido bajo la ley judía, cumpliendo la profecía del Mesías venidero (Gálatas 4:4). Su mensaje, dirigido inicialmente a las ovejas perdidas de Israel (Mateo 15:24), se amplió más tarde para abarcar a todas las naciones mediante la Gran Comisión (Mateo 28:19). La misión de Jesús no anula la relación de Dios con Israel, sino que amplía la gracia de Dios a todos los pueblos.

Pablo, el apóstol de los gentiles, profundiza aún más en nuestra comprensión de esta gracia ampliada. Utiliza la metáfora de un olivo para describir al pueblo de Dios. Mientras que algunas de las ramas naturales (judíos) fueron desgajadas debido a la incredulidad, las ramas silvestres (gentiles) han sido injertadas (Romanos 11:17-24). Es una imagen de inclusión y expansión, no de sustitución.

Pablo también proporciona una firme afirmación sobre la fidelidad inmutable de Dios a Israel. Afirma inequívocamente que Dios no ha rechazado a Su pueblo y habla de un misterio: un endurecimiento parcial ha sobrevenido a Israel hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles (Romanos 11:25-26). Esto sugiere una futura restauración de Israel, de acuerdo con la fidelidad de Dios a Sus promesas.

Al final de la narración bíblica, el libro del Apocalipsis da vislumbres de un futuro que incluye tanto a Israel como a la Iglesia. Menciona a los 144.000 de las tribus de Israel, sellados por Dios, junto a una gran multitud de toda nación, tribu, pueblo y lengua de pie ante el trono (Apocalipsis 7:4-9). Esto vislumbra un futuro en el que tanto Israel como la Iglesia ocupan un lugar en el plan eterno de Dios.

La perspectiva del Nuevo Testamento reafirma al pueblo judío como elegido de Dios, pero también amplía el alcance de la gracia de Dios para incluir a todo el pueblo por medio de Jesucristo. Jesús, el Mesías prometido, y las enseñanzas de Pablo subrayan esta inclusión sin negar la fidelidad de Dios a Israel. La metáfora paulina del olivo en Romanos dilucida la idea de inclusión y expansión, más que de sustitución. Su afirmación de que Dios no rechaza a Israel y la revelación de una futura restauración demuestran además el firme compromiso de Dios con Sus promesas. Por último, la visión apocalíptica del Apocalipsis retrata un futuro en el que el plan de Dios abarca tanto a Israel como a la Iglesia.

La Alianza Eterna: Una comprensión en continuidad y cumplimiento

En la gran narración de la Biblia destaca un tema: la alianza que Dios establece con Su pueblo. Este vínculo, formado primero con Abraham, transmitido a través de Moisés y anticipado en los profetas, encuentra su cumplimiento definitivo en Jesucristo, estableciendo un pacto eterno.

Cuando examinamos el Pacto Abrahámico, vemos la promesa de Dios de hacer de Abraham una gran nación y de que, a través de su descendencia, serían bendecidas todas las naciones de la tierra (Génesis 12:1-3). Esta promesa se extiende a través de Isaac y Jacob, y es heredada por toda la nación judía. No se deja de lado, sino que continúa en la era del Nuevo Testamento.

Esta continuidad es evidente en la vida y el ministerio de Jesucristo. Jesús, nacido judío, es el cumplimiento de las profecías mesiánicas y la encarnación de la bendición prometida a todas las naciones. Mediante Su muerte sacrificial y Su resurrección, se convierte en el mediador de un nuevo pacto (Hebreos 9:15), que, en lugar de sustituir al antiguo, lo cumple, como declara durante la Última Cena (Mateo 26:28).

Este nuevo pacto a través de Cristo extiende la promesa de la bendición y la relación de Dios a todas las personas, independientemente de su linaje o nacionalidad. De este modo, tanto judíos como gentiles son injertados en el olivo, pasando a formar parte del pueblo elegido de Dios mediante la fe en Cristo (Romanos 11:17-24). Esta inclusión no niega el carácter distintivo del pueblo judío como elegido de Dios, sino que subraya la gracia expansiva de Dios.

El apóstol Pablo expresa este profundo misterio afirmando que todo Israel se salvará (Romanos 11:26), no porque sea intrínsecamente superior, sino porque Dios es fiel a Su alianza. Esta salvación no está separada de Cristo, sino a través de Él, pues es Él quien realiza la obra de reconciliación y redención tanto para judíos como para gentiles.

El pacto eterno que Dios establece con Su pueblo permite comprender la continuidad y el cumplimiento desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento. La promesa de Dios a Abraham se prolonga a través de Jesucristo, que cumple este pacto y lo extiende a todo el pueblo. El pueblo judío mantiene su posición única como elegido de Dios, pero el nuevo pacto a través de Cristo abre esta relación a todos, judíos y gentiles por igual. La salvación global expresada en el Nuevo Testamento no sustituye a la promesa de Dios a Israel, sino que subraya la amplitud de la gracia de Dios. Por último, la seguridad de la salvación para todo Israel refuerza la fidelidad de Dios a Sus promesas del pacto, demostrando la profundidad de Su carácter inmutable.

Nuestro camino de fe requiere una mirada perspicaz al rico tapiz de la Palabra de Dios, observando los vibrantes hilos de la promesa, el cumplimiento y la fidelidad inmutable. La narración del pueblo elegido de Dios, la nación judía, y la gracia ampliada ofrecida a todos a través de Jesucristo proporciona un contorno distintivo en este tapiz. El papel del pueblo judío como pueblo elegido de Dios y la expansión de la alianza de Dios a todas las naciones a través de Cristo subrayan la profundidad y la diversidad de nuestra fe cristiana. 

Mientras reflexionas sobre este tema, aquí tienes tres preguntas a considerar:

  • ¿Cómo enriquece tu perspectiva del carácter de Dios y de Sus promesas la comprensión del pueblo judío como pueblo elegido de Dios?
  • ¿Cómo afecta el concepto de un pacto ampliado a través de Cristo a tu comprensión de tu propio lugar dentro del pueblo elegido de Dios?
  • ¿Cómo influye la continuidad de la promesa de Dios desde el Antiguo Testamento hasta el Nuevo Testamento en tu visión de la fidelidad de Dios?

Que esta comprensión te inspire, fortalezca tu fe y amplifique tu asombro ante el intrincado plan de Dios, magistralmente tejido a través del tiempo. El hilo perdurable de Sus promesas, cumplidas en Cristo, sirve como testamento de Su inquebrantable fidelidad, iluminando nuestro camino mientras navegamos por las múltiples maravillas de nuestra fe cristiana.

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